El medio milenio transcurrido desde la aparición de La Celestina no ha conseguido armonizar la diversidad de interpretaciones que la obra cosechó ya entre sus primeros lectores. Pero esa -discordia- o -contienda-, de la que se lamenta Rojas en su prólogo, está alimentada justamente por la actitud del autor, quien, si por una parte muestra una machacona y sospechosa insistencia en la finalidad moral del libro, por otra, su paradójica intención de narrar y aun recrearse en los episodios eróticos, sume al lector en la perplejidad. |